Rafael Romero
Jorge Bergoglio, con el nombre de Francisco, da sus primeros pasos como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Y al cabo de estos días de su pontificado ha dado señales claras de una personalidad sencilla, veraz y convincente hacia un liderazgo no solo para su feligresía sino también para el mundo entero. "La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales", ha dicho. Y ojalá que así inaugure no solo un estilo sino una renovada influencia moral de contornos firmes y concretos.

Hace dieciocho días, Francisco −apenas electo y tras el humo blanco− salió a la Plaza San Pedro pero en lugar de bendecir a los files pidió a estos que recen por él. Ese solo hecho lo pinto de cuerpo entero: es un religioso humilde que predica con el ejemplo. Asimismo, pernoctar en simples residencias del Vaticano en lugar de los amplios y suntuosos salones papales, resulta otro gesto de especial consideración. A esto se suman las reflexivas palabras de sus discursos: el trabajo está antes que el capital; comprar cosas para regalar a los nuestros es muchas veces solo una caricatura del amor; el catolicismo no debe caer en el "narcisismo teológico" o que se debe vivir una nueva evangelización. Todo ello constituye una visión renovadora y nuevos aires que Francisco quiere imprimir desde su pontificado.

Muchos dirán que alguien por el mero hecho de ser Papa ya es una figura universal; pero cuidado, pues Bergoglio como tal ya lo era hace tiempo, como teólogo y filósofo, aunque lo era dentro de la Iglesia. Ahora tiene la oportunidad de elevar ese liderazgo a ámbitos ecuménicos que urgen un nuevo paradigma en valores y mensaje cristiano. Más aún cuando por primera vez en la historia un papa proviene de un país latinoamericano. Acaso esta elección también manifieste un respiro al agotamiento europeo, que busca refrescarse apoyándose en la frescura de un religioso del Nuevo Mundo para sosegar, incluso, a esa globalizada economía salvaje que se engulle hasta a los bancos de países como Grecia, España o Chipre, por citar algunos casos dramáticos.

He aquí un gran reto para el papa Francisco, pero en verdad es doble desafío si tomamos en cuenta que a contrapelo tendrá que aquietar las movidas aguas internas de la jerarquía eclesiástica, parte de la cual –reducida gracias a Dios− se caracterizó en la última década por los escándalos sexuales, la pederastia, el homosexualismo y los "vatileaks". En general, quienes profesamos la fe cristiana esperamos que ese liderazgo motive por lo menos a los 1,200 millones de católicos un cambio de actitud para con este mundo que busca una ruta segura de existencia.