domingo, 22 de junio de 2008

César Hildebrandt en el Moqueguano

El lobo que ya está
Te mira con cara de ayer podrido, de victoria oscura. Te mira como un lobo, ovejero de vicio, que te ha puesto la puntería. Te calcula y te tasa el blindaje para saber de qué calibre deberá ser el rayo que te tumbe, los colmillos que harán sangrar la nieve. Te persigue adonde vayas y a la distancia perfecta para ver sin ser visto y leerte los labios y soñar con el día de la emboscada. Pasaste delante de él sin fijarte en su modo teatral de bostezar. Estuvo en medio de la borrasca que casi te hunde y tampoco lo viste. Si mañana te diera la mano y se presentara con nombre falso y profesión de antojo y bigotes de pegar, tampoco lo reconocerías. Así de distraído te hicieron la miopía y la vocación de borrar los entornos. Hace tiempo que está a tu lado y lo que pasa es que no te has dado cuenta: está en la frase amable que se le atragantó antes de poder decirla; en el libro que le diste y que nunca leerá pero que nunca te dirá que no ha leído; en el presagio de la gaviota que te pasó rozando y te cagó en la segunda pasada mientras ella se reía como si fuera terrestre socia de la gaviota; en el café frío que apenas te sirvió con cara de estalactita y medalla de deber cumplido; en la perfección de su prescindencia; en la conspiración de los días gemelos del mismo invierno y a la misma hora estándar del este; en la manera de decirte que no pero sobre todo en la manera de decirte que sí. No te equivoques. No es el cansancio de ser ni el maltrato del tiempo. Tampoco es el aburrimiento, que siempre tiene algo de cordial y que nunca tuvo la culpa. Ni te equivoques ni te confundas. Ese monstruo polimorfo pero que al final te ataca encarnado en un lobo es el desamor. El desamor es el infarto de a dos. Es cuando el andén se vacía de gente. Ocurre de a sorbos cotidianos. Va a paso de hipoteca. Es el infarto de a dos pero que mata a uno. Es el fin de la historia. Y cuando te obstinas en no aceptar su veredicto de verdín, su expediente cosido por los años, es como si te quedaras después del final de una película tratando de encontrarle un argumento a los créditos que van pasando, a las letras que se van achicando, al personal de ayudantes carpinteros y electricistas que van nombrando. Peor: si te obstinas en no acatar la sentencia del desamor es como si te quedaras en tu butaca después de que los créditos han terminado y ya no hay ecran porque lo han levantado y sólo están dos mujeres escobadas con overoles de limpieza y un vigilante grosero que te pregunta si vas a salir o no. Porque el desamor no sabe el paso del cangrejo y cuando llega es para quedarse y si toca tu puerta y no le abres él sabrá cómo entra y a qué hora señalada te apuntará al corazón.
Publicado en Diario La Primera 22-06-08

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