martes, 4 de noviembre de 2008

César Hildebrandt en el Moqueguano

La voz a ti debida
Ima Súmac ha muerto en un asilo de Los Ángeles. Un comunicado pretende decir que se fue de este mundo “rodeada de los que la amaban”, cuando todo indica que dio el paso entre las brumas del calmante opiáceo que le aliviaba el dolor y las voces apagadas de los que no estuvieron. Cuando se hizo norteamericana en 1955, muchos peruanos idiotas la maldijeron. No entendieron que para ella era un asunto de impuestos e inmuebles, de cuentas y cargas. Tampoco entendieron que Ima Súmac no necesitaba el pasaporte nativo porque tenía la nacionalidad en la pelambre de cometa negro, en los pómulos de ídolo de arcilla y hasta en ese talento suyo para construirse una leyenda. Su biografía oficial era una retahila de mentiras maravillosas y trampas cazabobos. Por supuesto que no descendía de Atahualpa como aseguraba manoseando los collares de oro y plata con que se presentaba a las entrevistas, por supuesto que no era sacerdotisa ni virgen del sol ni vestal sobreviviente o reencarnada, por supuesto que Moisés Vivanco no esperó a que ella tuviese 20 años para desposarla, por supuesto que no había nacido en 1927 y por supuesto que no se llamaba Ima Súmac. Había nacido en Cajamarca en 1922, había pastoreado en Ichocán y había sido descubierta en una función musical escolar por un folklorista cazafortunas que la sedujo tempranamente, le cambió el nombre y las maneras, la emparentó con la dinastía que terminó en Atahualpa y la lanzó a la fama de los cuatro vientos más como una ave canora que como la mujer prodigiosa que era. Ese folklorista que la hizo mujer en plena minoría de edad y la construyó mito sobre mito se llamó Moisés Vivanco y con él –y también gracias a él- la diva de la voz de oro llegó a Hollywood, se hizo rica y famosa, protagonizó la espantosa película “Secreto de los incas” (con Charlton Heston y otras ruinas), deslumbró a la crítica con el registro de estalactita de su voz y puso sus manos de peruana única en el Paseo de la Fama de Los Ángeles. Por los años 50, Ima Súmac –nacida Zoila Chávarri del Castillo- era una de las engreidas del sello “Capitol” y no había año que no lanzase un éxito destinado a dejar boquiabiertos a quienes adoraban sus coloraturas de ave amatoria (o de “soprano alada”, como gustaba que la llamaran). En los 60, sin embargo, llegaron los tiempos de borrasca. Moisés Vivanco tuvo que fugar de los Estados Unidos por haber evadido el pago de impuestos y a la pena de esa separación Ima Súmac sumó una noticia que envenenó para siempre esa relación: su creador y empresario, su marido y contador, había tenido hijos gemelos con la secretaria que ella había saludado cada mañana de los últimos años. Para esa época, el primer hijo de la cantante –Papuchka Charlie- tenía diez años de edad. Una gira por Europa y Rusia –invitada por el propio Nikita Kruschev, es cierto- reunió artificialmente a la pareja, que terminaría separándose definitivamente en 1965. Vivanco se fue a terminar de envejecer a España y la cantante continuó su carrera en los Estados Unidos. Tendría todavía algunos éxitos clamorosos, incluyendo el tardío LP “Miracles”, una vasta recopilación de sus mayores hazañas canoras que se lanzó al mercado en 1972. Hace dos años estuvo en el Perú para ser condecorada por el gobierno de Toledo y por la universidad de San Marcos. Venía después de 30 años gracias a una gestión de Miguel Molinari y se encontró con un país en el que sólo los muy viejos la reconocían. Aun así tuvo corazón para llorar ante esos aplausos que se habían demorado décadas. Dicen que en el hotel donde se alojó los quince días furtivos que nos visitó, Ima Súmac pidió una radio a transistores porque quería comprobar si lo que le habían dicho era cierto: que en el país que había dejado (y no dejado) en 1944 –fue el año que se fue a Buenos Aires para cantar en Radio Belgrano- la música que invadía casi todo el dial era un combo de guitarras eléctricas y voces recién bajadas de los árboles, de cumbias rebajadas y letras sin ortografía, de chapulines y chapis y princesitas luciendo sayonaras y caries en clave de sol. Dicen que comprobó todo eso y se puso más triste de lo que había venido. No era para menos
Publicado en el Diario La Primera (04-11-08)

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