martes, 4 de diciembre de 2007

César Hildebrant en el Moqugeuano

¡Ah, Caracas!
Nunca me ha alegrado tanto meter la pata como ayer. Ayer, en efecto, confiando en Reuters y en las once victorias precedentes de Chávez, di por ganador al presidente de Venezuela, tal como apuntaron las tres encuestas a boca de urna cuyos resultados conoció, antes que nadie, la agencia inglesa de noticias.
¿Qué pasó?
Varias cosas a la vez.
–Chávez ha perdido tres millones de votos, producto de una deserción de última hora que nadie esperaba y que el miedo mantuvo oculta en los sondeos previos.–La oposición ha sumado cerca de cuatrocientos mil votos a sus últimos resultados. Y esto se debe no sólo a la legitimidad de sus reclamos –de hecho ha habido un sector del chavismo que ha votado por el “no”
– sino también a que, al mediodía del domingo, sus principales dirigentes hicieron un llamado dramático a ir a las urnas. Y la atmósfera de euforia precoz del chavismo más beligerante convenció a los más remolones de que cada voto podía ser decisivo.
–Las vejeces adecas y copeianas, que propugnaron básicamente la abstención, han sido, por lo tanto, tan derrotadas como las fuerzas del chavismo y Venezuela acaba de parir una oposición nueva, nutrida de jóvenes universitarios, que quizás encuentre en el general desafecto Raúl Isaías Baduel, ex ministro de Defensa de Chávez, el adversario ideal para tamaño comandante.
–A pesar de su enorme ventaja en los medios de comunicación, de su maquinaria eficaz de reclutamiento de voluntades y del evidente apoyo que recibe entre los sectores más populares, el oficialismo no pudo convencer a la mayoría de los venezolanos de que las 69 reformas propuestas “no” iban a acrecentar hasta la dictadura manifiesta el poder de Chávez. Era el momento adecuado para decirle basta a alguien que ha querido hacer, por la vía electoral, lo que Castro hizo por la vía de la sovietización estalinista.
Los venezolanos, entonces, no han cometido suicidio –como sostuve ayer en las horas aciagas del “triunfo mediático” del chavismo–. Lo que demuestra, para mi contento, que nadie elige ser rehén, nadie vota para no poder votar más tarde, nadie opta libremente por la pérdida de la libertad.
Venezuela está viva. Y lo está sin necesidad del golpista Carmona y sin asesoría de la embajada norteamericana y su CIA de hienas. Venezuela ha amanecido hoy, sí, bolivariana. Porque no hay nada más próximo a Bolívar que ganar espacios para la libertad.
No importa demasiado que Chávez haya dicho que la derrota es sólo un capítulo de su paciente cruzada por imponer un modelo que haría de Venezuela una caricatura de democracia bonapartista. No importa que haya señalado a la abstención como única responsable del resultado –“la abstención nos derrotó”, dijo–, como si la abstención fuera causa en vez de resultado. No importa que ahora insinúe que insistirá en su malhadado proyecto a través de una asamblea constituyente. Y no importa que repitiera que la frustración tenía plazo y que la oposición ha ganado “por ahora”, o que machacara, como mal perdedor, eso de que “mi propuesta está viva, no ha muerto”. Si eso fuera así, ¿para qué diablos se hizo el referéndum?
Lo cierto es que quienes felicitan a Chávez por “haber aceptado” los resultados ignoran algunas intimidades de película de suspenso. A las 10 de la noche, el comandante ya estaba enterado de que los números no se le cuadraban con el toque de talones característico. A las 10 y 30, se reunió con los altos mandos militares y algunos de sus ministros. Allí parece que habló de una conspiración de ribetes internacionales. No podía admitir que lo que él, a pesar de algunos consejos, había convertido en una opción entre “la revolución” y “el gobierno norteamericano” tuviese un final desfavorable. ¿Es que el patriotismo invocado ya no era suficiente?
Fue en ese momento cuando, según algunas fuentes, intervino el ex vicepresidente José Vicente Rangel, un hombre terco y decente. Rangel le habría dicho que no cabía otra cosa que esperar más resultados y acatar el veredicto popular y que cualquier otra opción “sería el fin moral del régimen”. Los altos mandos asintieron. Ellos sabían que el general Baduel había enviado una carta advirtiendo que estaba enterado de todo y que si el fraude se consumaba él lo denunciaría y habría sectores de las Fuerzas Armadas que lo respaldarían. Era el momento de las definiciones.
¿Quién llamó a Baduel a comunicarle los resultados?
Todo apunta a la presidenta del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena, una doña de armas tomar que tuvo que esperar, sin embargo, hasta la 1.05 de la madrugada para anunciar al mundo la primera derrota de un hombre que hasta ahora sólo sabía lanzar jonrones. Bolivarianos somos.
Publicado diario La Primera 04-12-07 por César Hildebrant

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