jueves, 18 de octubre de 2007

César Hildebrant en el Moqueguano

Chile 4 - Perú 0
El doctor Alan García Pérez le ha entregado a Chile, casi en secreto, taimadamente, la momia de otro soldado chileno que ayudó a devastar y a deshonrar Lima en 1881.
El señor Hugo Otero, que es mitad chileno y mitad peruano y que es embajador del Perú en Chile –o sea que toma su brebaje y asume su segunda identidad por las noches–, ha sido el encargado de propiciar estas oscuras negociaciones. Él fue también el hombre clave de la primera entrega, cuyos detalles conoce más la prensa chilena que peruana. Por eso es que “El Mercurio” escribe con afecto estas líneas: “Esta es la segunda repatriación de un soldado chileno de la Guerra del Pacífico en menos de un mes y todos reconocen que ello se debe al cambio de actitud que ha tenido el gobierno peruano dirigido por Alan García”.
El “cambio de actitud” –es decir el entreguismo prochileno rastrero y reiterado– alude al hecho de que Chile quiso a sus soldados desde hace años y se encontró con el “no” tenaz de los gobiernos de Fujimori, Paniagua y Toledo. Ha sido García quien ha cedido y lo ha hecho con el mayor disimulo posible. Volvamos a “El Mercurio”, el diario que Pinochet adoraba y la CIA financió durante años:
“Para el gobierno de Lima, este es un tema no menor, por lo que ha sido sumamente cuidadoso, y apenas ha dado publicidad a este gesto de buena voluntad, precisamente para evitar reacciones nacionalistas…” escribe Patricio González, enviado especial del diario chileno, quien llegó junto a otros hombres de prensa y a una misión de alto nivel del Ejército de Chile.
Los chilenos no nos devuelven las decenas de miles de libros que se robaron para poblar con ellos su biblioteca nacional. No nos devuelven ni siquiera los manuscritos que se robaron. No nos devuelven ni siquiera los libros descompaginados que ellos mismos maltrataron usando algunas de sus hojas como papel de baño. No nos devuelven ni siquiera los libros salpicados de orina de caballo y mula, de mierda de caballo, soldado y mula –dado que la biblioteca de Lima fue usada como establo y eventual letrina pública por la soldadesca de los vencedores–.
Los chilenos quemaron lo que pudieron, violaron a las mujeres que tuvieron al alcance de sus garras, balearon en borracheras infames a quienes quisieron, fusilaron bomberos italianos que quisieron apagar Chorrillos. Uno de esos hijos de puta, uno de esos forajidos que ensució esta ciudad con su presencia, tuvo el honor de morir en esta ciudad pisoteada en el año de 1881. Su cadáver fue encontrado el 10 de marzo de 1998, durante unas excavaciones, e inmediatamente exhibido en el Museo de Historia. No era un trofeo de guerra: era un testimonio histórico de lo que aquí sucedió hace 126 años, en esta ciudad donde la derecha cobarde de toda la vida hizo migas con algunos jefes chilenos y entrecruzó castas y ejemplares y organizó discretos saraos para los que ni siquiera cumplirían con el tratado de paz de Ancón de 1883.
Y esa derecha que hoy gobierna con la mano sorprendente de García, repite lo de siempre: se congracia con Chile, adula a Chile, se entrega femenilmente a Chile. Podríamos citar al indignado colombiano José María Vargas Vila cuando habla de las tragedias de esta América viscosa entregada a la sumisión por España: “Porque deshonraron la esclavitud amándola y fueron voluptuosos al azote y pobladores del espanto, hicieron concierto con la cadena y acuerdo con la muerte…y verbo de servidumbre fue su verbo. Porque como hembras de serrallo se afanaron en tejerles coronas y se tendieron ante ellos para ser violados…
”La momia chilena llegó a Santiago de Chile en la mañana de ayer, después de la ceremonia de entrega realizada en secreto en la embajada de Chile en Lima.
Fue recibida con todos los honores y luego llevada al Obispado General Castrense, en la avenida Los Leones. Al mediodía hubo una misa fúnebre y un acto de homenaje donde 17 salvas de cañón precedieron a la solemne inhumación en un féretro sobre el que descansaba una impecable bandera nacional. Allí se supo que la momia pertenecía, al parecer, al soldado chileno Miguel Mena, del regimiento Atacama. Tenía 25 años cuando una bala peruana interrumpió su quehacer de chacal en nuestra ciudad.
Por la noche, en el estadio nacional de Chile, miles de herederos de esa momia, miles de hermanos férreamente contemporáneos de esa momia, pifiaron el himno del Perú y gritaron “indios culeaos” con esa zafiedad que el PBI crecido no puede quitar. Nos ganaron jugando mejor y merecieron los dos goles que subieron al marcador. Dos goles públicos, dos momias privadas, 4-0: un día redondo.
Publicado diario La Primera 18-10-07

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