miércoles, 21 de mayo de 2008

César Hildebrandt en el Moqueguano

Televisión asesina
La calavera de una mujer desaparecida hace 42 años ha sido encontrada junto a una taza de té, que debía de estar tomando cuando la muerte la fulminó, y frente a un receptor de TV en blanco y negro que debió de estar mirando segundos antes de que el corazón la abandonara. Ha sucedido en Croacia, en un suburbio, y la mujer ha sido identificada como Hedviga Golik, una soltera sin remedio que debió morir a los 42 años, en 1966, cuando dejó de frecuentar los pocos lugares que visitaba. En ese momento, todo el poco mundo que la conocía dio por hecho de que se había hartado de tanta soledad y había decidido mudarse de extramuros. Bueno, si la muerte es la última mudanza digamos que Hedviga se mudó al territorio donde, dicen, un poco vallejianamente, que todos los jamases son posibles. Pero esa es una interpretación extrema y solemne. Lo que a mí me parece es que este caso de terquedad televidente y coherencia póstuma demuestra que la TV puede matar. Es más, creo intuir que Hedviga ya estaba bastante muerta la tarde aquella en que encendió su televisor, se preparó un té, volvió a la sala donde la pantalla resplandecía y se sentó en su silla favorita a ver un programa censurado de la TV titoista con la que fingía consolarse. ¿Sería un programa de concursos? ¿Uno de conocimientos? ¿Uno cómico donde lo único que no era objeto de humor era, precisamente, lo más risible, es decir el intento del también croata Josip Broz (Tito) de ser antiestalinista ejerciendo el estalinismo doméstico y de alentar el Movimiento No Alineado junto a líderes alineadísimos con el bloque soviético? Conocí a españoles que lucían saludables y tomaban carajillo aun después de que los neurólogos hubiesen decretado su muerte cerebral a causa de la TV franquista. Y en la Cuba del Comandante Irrefutable, lo único que no pudo enfrentar el formidable sistema de salud del socialismo redentor fue la epidemia de meningitis desatada por la TV de las siete palabras. Una vez, visitando la República Democrática Alemana, creí ver a una multitud que aplaudía una pantalla de TV apagada. Nunca supe si ese espejismo avieso venía de mis prejuicios pequeñoburgueses o esos alemanes del camarada Erich Honecker aplaudían su programa favorito y eran, por lo tanto, profetas de la caída del muro. Lo cierto es que algún día se conocerá el tamaño de la mortandad causada por la TV y el ejército global de zombis que el invento ha creado para su beneficio. Ahora ya no hay casi ejemplos de televisiones estilo Gran Hermano estalinista. Pero la televisión capitalista-salvaje es virtualmente lo mismo. Sólo que un poco peor. Porque esta TV disfraza su imbecilidad unívoca con la aparente diversidad de sus estaciones. Es como si en una lotería de suerte inversa todos los números estuviesen premiados. La TV titoista que mató a Hedviga Golik mataba de aburrimiento en un proceso que empezaba con una fiebre leve y terminaba con un ataque masivo del llamado síndrome de la esclavitud estoica. La TV de los cables mágicos manejada por los hijos de Friedman te mata de una huelga general indefinida de neuronas, un proceso vicioso que cambia axión por acción, sinapsis por sinopsis, metadona por dopamina y así sucesivamente hasta llegar a Lúcar. En el periodo terminal de la enfermedad –el mismo que puede durar cuarenta años– Jaime Bayly te parece valeroso, Miami es Atenas, Raúl Romero un comediante. En ese momento la metamorfosis se ha completado: serás Gregorio Samsa sin haber leído a Kafka, degustarás de nuevas alcantarillas y te irás volando de donde alguna decencia te perturbe. No hay muertos más vivientes que los adictos a la TV “plural” de los Murdoch y sus Televisas filiales. Creen que se informan cuando les mienten. Creen que lo que ven es lo que fue. Creen que el mundo se parece a lo que el pobre Tola les cuenta cada noche. La TV titoista estaba gobernada por el sueño demente de imponer la felicidad con las bayonetas. La TV capitalista-salvaje made in Las Vegas desea una inmersión planetaria en la tetudez que inmoviliza. Unos quisieron un mundo mejor y nos dieron una pesadilla insuperable. Estos de ahora quieren que amemos el mundo peor por el que matan. La TV titoista quería creyentes. La TV que nos contamina quiere descerebrados. Y es que un mundo donde Bush puede ser líder del terrorismo estatal en nombre de la democracia exige una gran plebe cósmica parida por la debilidad mental. La TV mata. El dulce esqueleto de Hedviga Golik, colocado frente a su viejo receptor, nos lo ha recordado.
Publicado en el diario la Primera el 21-05-08

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